Les dejamos las palabras de nuestro alumno Hernán Firpo, practicante de Xi Sui Ying en nuestra escuela.

«Yo le digo levantar peso. Encontré esa manera para referirme a la actividad que puedo llevar adelante siendo un ciudadano de a pie va al chino, toma el subte y vuelve para… “levantar peso”. Es extraño, imposible de compartir, inadmisible en la charla cotidiana con semejantes. No hay socios de esta clase de levantamiento de peso.
Llegué a Fernando casi como si fuera un decreto de necesidad y urgencia, vinculado a ciertas apatías de orden sexual. Alguien me dijo: “Andá a ver a Fernando o andá a terapia”. Terapia, dije, “uhhh”, no, prefiero el tal Fernando, sea quien sea y sabiendo de antemano que la sexualidad y esa práctica ni siquiera están directamente relacionadas entre sí.
Y llegué entusiasmado pese a que hay que desembolsar un fangote. Supongo -nunca pregunté- que será el precio de uno de los secretos mejor guardados del cuerpo humano.
Sabía de la practica porque la había visto en un videíto: mi futuro profesor haciendo una maniobra de circo de fenómenos, pendulando una barra con pesas y todo eso (¡la barra y las pesas!) colgando de su zona genital. El dice que por ahí hay tendones que permiten sostener hasta 150 kilos. Si no es para cualquiera, pensé, entonces debe ser realmente bueno.
Puedo afirmar, sin pudor alguno, que he descubierto mis testículos pasados los 50 y en plena pandemia. Sabía que eran algo que estaba colgando, pero no mucho más: actores de reparto en las tramas eróticas, los huevos son lo que hay que poner en juego en el marco de esta conciencia testicular que apunta, sin entrar en detalles, en el fortalecimiento interior.
La artimaña, por llamarla de alguna manera, se transformó en rutina, y la rutina en necesidad. Ahora escribo esto luego de mi práctica, energizado por la extraña inercia de vitalidad que puedo derramar.
Hay un fuego interior. Algo raro sucede. No sé describirlo. Es como templar el espíritu, algo que aprendí en el más extremo de mis movimientos. Me cuelgo casi 20 kilos cada vez, de cuatro a cinco veces por semana. Empecé de a poco y lo que alzo apenas es la meta de los aprendices. Pero la energía es nueva y casi única.
Pienso una pavada: el esfuerzo nos debe hacer mejores personas. Eso del “esfuerzo” suena trillado hasta que ponés lo que hay que poner en el sentido menos literal de la omisión y la metáfora. Además, la fantasía de la salud por caminos menos convencionales. En vez de la autopista del gym, la colectora desconocida del “levantamiento de peso”.
Y después, cuando creímos que esto era todo, llega un autoflagelo, entre miles de comillas, con un azote de cabellos metálicos (todo el kit provisto por Fernando), que consiste en golpear partes y meridianos del cuerpo haciendo un recorrido integral y parejo de cabeza a pies. Un itinerario fácil de memorizar. Lo más lindo son los golpeteos del azote en la cabeza, recorriéndose nuca hasta coronilla. Un placer de paraguazos suaves y envolventes que te hará, más temprano que tarde, querer volver a empezar.»